viernes, 10 de agosto de 2012

El Escalofrío


"Odio levantarme temprano”, se frota los ojos. Victoria lo ha despertado, se sube, se ha subido encima de él y lo aplasta, incómodo y con ganas de amedrentarla por haber agredido su sueño, "como jodes" pensó, ella se aparta y se vuelve a acostar, "Ya es tarde, llévate el auto". Sentado al borde de la cama, toca el suelo y éste traspasa su frio a través de las medias y cala sus piernas haciendo que se junten las rodillas; la puerta esta a medio cerrar, la ventana con su cortina mal acomodada y penetrada por la luz que incide sobre sus caras, por los brazos y sobre su espalda; en ella: mejillas color del trigo y su cabello limpio haciendo un macareo de varias olas que se encuentran, espuma blanca, un retrato de Kanagawa; sus ancas redondas que deja traslucir los bordes de su ropa interior sobre la pijama rosa, media dormida, media despierta, y cómo puede hacer eso. Dios mío si tú no la has visto nacer ahora la haces dormir en posición cúbito ventral, por qué pones a prueba nuestra tolerancia, inclusive poniendo almas gemelas en personas del mismo sexo. Empezaba a salir el sol, sobre el azul acero despejado.

Son las ocho de la mañana con doce minutos. Se pone de pie, se acerca a la ventana y despeja la cortina para que termine de penetrar esa incidencia que no es otra cosa que un nuevo día: las calles con abundante movimiento, los autos rezongando con sus cláxones la velocidad, la arboleda modesta carcomida por la polución. Se incomoda y le vuelve a decir “Es tarde, llévate el auto y cierra la cortina”, es domingo y él trabaja los domingos a la una de la tarde. Su trabajo no le exige mucho, pero lo exime del proceso natural de descansar sábados y domingos lo cual le causa apatía durante los demás días; gusta faltar mucho al trabajo, eso le da cierta atmósfera de adrenalina a su vida, porque no sabe si al llegar le dirán que firme su renuncia o le pedirán que se siente a trabajarYo creo que busca que lo despidan, se le ve a través de sus nebulosas vítreas un cierto aire de descaro. “Ahorita lo hago”, le hace un gesto con los dedos y sale de la habitación, llega hasta la radiola, la enciende, coloca un disco, la aguja cae suavemente y regresa: “Adiós, muchachos, compañeros de mi vida”, se pone el mismo pantalón de ayer, “No te olvides de comprar café que ya no hay”, se lo dice muy despierta pero cerrando los ojos inmediatamente, “barra querida de aquellos tiempos”, concluyendo en “las llaves están en la mesa del comedor” y se lo señala por si se le olvida en donde está, “me toca a mi hoy emprender la retirada”, termina de meter la camisa y ajusta el cinto “si llego tarde es porque tuve que hacer sobretiempo”, mentira, porque lo más probable es que no vaya y tenga que sacrificar nuevamente a su madre en un sofisma, “debo alejarme de mi buena muchachada.” Se pone  el saco. “pero si hoy es domingo”, “siempre es un buen momento para vestir de terno” le da la espalda y mira allá donde no se ve nada o lo que aparenta ser mirar un punto fijo a través de la ventana, coge las llaves del tocador, las hace sonar, “te veo mas tarde, Javier”, “no mi amor, Gardel”.

“Ana es mas puta que una gallina, comadre”, se tapa la boca para amordazar tamaña risa que no la haga jorobarse y aplaudir, la otra con mas intensidad y en menor discreción se toca la barriga, y también Benjamín el hijo de una que juega y se a sentando en el suelo “levántate no seas cochino”, pero no hace el menor movimiento por levantarlo, tanteando con los dedos para cogerlo, desbaratando el aire con manotazos de ahogado, lo coge y lo levanta de un tirón afectuoso “párate bonito”. En una esquina conversando de trivialidades, del flirteo de los mozalbetes de hoy, el desembuche de los programas al medio día y de lo mal que se la pasan cuidando a los hijos “pero el lunes regresa al colegio y voy a estar mas tranquila”; la mamá de Benjamín aprovecha la afluencia de las palabras, se pone mas astuta y cruza los brazos, “ahí nomas quédate”; tiene apenas ocho años, ocho años siquiera, no llegaba a cinco siquiera y a cogido algo sucio, se limpia frotando la palma de la mano arriba y hacia abajo porque vio a alguien hacer lo mismo, se aleja porque su infantil capacidad de asombro y aventura están en efervescencia, “ven acá, no te vayas para allá”, pero no hace el menor movimiento para traerlo de vuelta, sólo ha volteado la cabeza y lo llama asintiendo, él regresa corriendo y se abalanza contra su pierna, “compórtate” le dice. Se estira y de a pocos se ha ido separando de la mano que lo cogió: saltimbanqui sin trapecio o maroma, la gruta de sonidos improvisados, remedo de pregones de ambulante y Benjamín se divierte. “Cuídate, nos vemos el sábado”, “Benjamín, ven” y lo trae del brazo y lo sujeta otra vez. Son las once y treinta minutos de la mañana y van a llegar tarde, “apúrate, tu papá ya va a llegar”.

Cierra la puerta. Las nueve de la mañana con quince minutos. El ascensor, música de espera a cargo de Miles Davis, el lobby del edificio, “buenos días” con una reverencia por parte del recepcionista, él responde asintiendo con la cabeza y una sonrisa, busca las llaves en el bolsillo del saco, las hace sonar complaciente, la cuenta a ciegas; llega al auto, se coloca el cinturón de seguridad, coloca las manos al volate “y ahora qué”, vuelve a mirar allá donde no se ve nada o lo que aparenta ser mirar un punto fijo a través de la luna, de pronto; “que bonita”: falda hasta la altura de las rodillas y no importa que color, ceñido en las caderas y su buena forma, una blusa blanca y el gobierno de su porte, la cola de caballo y sus propiedades terapéuticas y estéticas; se detiene, mira fijamente a la figura extraña y le hace un saludo, prende el auto, acomoda el espejo retrovisor y en la marcha se coloca el cinturón de seguridad, “que raro está” piensa y lo mira de reojo; se abre la cochera del edificio, “el ocaso crepuscular de un atardecer de verano”, y es un buena risa la que se ha provocado; la puerta se abre como si de un amanecer se tratase y la calle entra a empellones, los ruidos a tropel y la luz como jauría embravecida devorándose las sombras por momentos, “¡la cierras, ya!” y se va. Enciende su auto, y lentamente presiona el acelerador hasta que ya no puede hundirlo más, se escucha como una cuadra se desespera por salir al galope, sujeta fuerte el timón para que no se escape, azuza con la correa invisible, presiona los dientes, el animal se empieza a mover por la fiereza de su combustión, el ruido es cojonudo y ensordecedor; despacio suelta el pedal del acelerador y el freno aun sigue hundido, luego el relincho del motor, el olor fresco de las llantas, un séquito de suspiros y palabras entrecortadas; avanza pausadamente y sale de la cochera, “¿derecha o izquierda?”, seria capaz de ir a la izquierda sabiendo que esta calle es de un sólo sentido. Una flecha de color blanco pintada en el pavimento dirige su camino.

Hermética. Musa para aedos con aciago, así es Victoria cuando se despierta. Su vista parece buscar algo que se halla olvidado, “las llaves estaban en el tocador” y vuelve a inclinar la cabeza sobre la almohada; el sonido de un arrullo en este séptimo piso que se entrevera con el imperceptible sonido de la calle, es la aguja que seguía dándole obstinadamente sobre el disco para que suene otra vez el tango de El Zorzal Criollo; “¿por qué nunca me hace caso?”, se levanta, va a la cocina, se prepara un café: café ralo, casi trasparente, le da un sorbo, morisqueta de halago que dista de haber sido provocado por el asco y luego va a parar a las alcantarillas, la taza da la caída trepidante junto a los demás trastos, el lanzamiento de ésta no tiene nada que ver con un movimiento de ballet, es preciosa, sí lo es, pero no amerita tanta galanura. Es una preocupada del demonio y una interesada que tuvo el desparpajo de hacerse la cojuda un domingo cualquiera que salió a caminar y encontró ese tipo de lugares que se encuentran sólo cuando se está realmente perdida; le dijo al vendedor que cosa era eso que tan bonito se canta, éste es el tipo de vendedor que en realidad no es un vendedor es más una suerte de musicólogo empírico, un sofista de la música que cultiva un interés más por el puro gusto de enseñar a escuchar; insiste con su presencia muy juiciosa, mirando que mas hay, “haber señorita” empieza, lo escucha atentamente y ordena sus preguntas para seguir con lo planeado, un vendedor vecino se acerca al escuchar la conversación y también comenta acerca de la música, se ríen, se bromean, “pero me lo esta vendiendo muy caro, quiere cincuenta soles”, “eres un ratero compadre, algo menos para la señorita, mira que es bien bonita y va a regresar, o no señorita?”, “claro, además si necesito comprar vinilos de Tango, ya se a donde tengo que venir a buscar”, ella hace una ademan coqueto, “entonces se lo dejo a cuarenta soles, para ganar algo siquiera, mire que lo hago por usted nada mas, ni que se entere mi señora”, ríen otra vez, ella se sonroja, lo tenía bien planeado, “esta bien, me lo llevo”. Llegó al departamento, lo puso sobre la radiola que se compraron hace un mes, aquel día que salieron porque le mintió diciéndole que había mantenimiento en el trabajo y que por eso lo habían dejado salir temprano, y como no encontraron un gramófono, que hubiese sido espectacular, se conformaron con una radiola Ericsson que incluía un gramófono eléctrico y un parlante empotrado en su interior; colocó el vinilo y el resto es inexplicable: la espuma del shampoo sobre su cabeza y en los hombros, con el pecho aun jabonado y la toalla sujetada por dos esquinas apenas rodeando su cintura, descalzo, apoyándose de la pared para no resbalarse y tratando de mirar bien, “¡¿Qué estoy escuchando?!” le dice, ella sentada sobre el mueble con las piernas cruzadas se desabotonaba la blusa. Y en ese mismo mueble ella pensaba a donde irían esta noche, al café de la Rúa o caminar por ahí fumando cigarrillos Cooltrain. Un largo bostezo la acompaña, acomoda sus pies y prende el televisor. “… estas son las noticias al medio día”.

Todo es novedoso, con la capacidad de degustarse, sensible al tacto, díscolo y todo a la vez, pero no es la primera vez que Benjamín sale a la calle, “espérate no me jales el brazo”, se detiene su mamá para mirar un escaparate que está en oferta, dos por uno dice un letrero pintado modestamente, la gente sale de la tienda con risas de bienestar, envidiable estado anímico de satisfacción y sonidos de bolsas rebosantes de prejuicio. Malbec, Moscatel, Cabernet Franc, Pinot Noir y Chardonnay hay de todo en la viña del señor. Benjamín quiere seguir caminando, escucha una pitada y quiere hacer lo mismo, un tipo pasa caminando apoyándose en un muleta y le da curiosidad por qué lo hace, voltea a mi mirar a su mamá, pero no le hace caso, “que espeso eres, vámonos de una vez”, quiere avanzar rápido pero el tipo se aleja, se sube a un auto y desaparece, lo sigue con la mirada pero lo pierde, se abalanza con el brazo de su madre y quiere meterse deliberadamente a buscar el auto, “no dios mío, hijo que tienes” y le señala, le explica, la mamá se sorprende de cómo algo tan inadmisible sea tan inverosímil, “ay hijo”, le compra una golosina para apaciguar su ansiedad, lo vuelve a tomar de la mano; Benjamín pregunta, es inquisidor, su inocencia lo precede como al explorador John Muir que solo necesita un cuaderno de apuntes y la sensibilidad de Benjamín para irse de excursión; la mamá piensa “no hagas muchas preguntas y no escucharás mentiras”. Aplicando la aritmética urbana: debido al amplio espacio de la avenida y a una reducida afluencia vehicular, mayor es el pronóstico de un aumento de velocidad. “No Benjamín, no corras, en la pista no se corre”, le explica, le señala el semáforo, otras personas también esperan a que cambie de color, amarillo para estar prevenidos, rojo para esperar y verde para cruzar, le explica, no en ese orden, pero así le explica en un acto de solidaridad y de momento educativo disminuyendo la protección y seguridad que emite su mano; da la carrera, las galletas caen al suelo y se deshacen, se escucha un grito de mujer sacado de las entrañas, y otras voces también intervienen, ella también sale a la carrera, pero es imposible que le gane alguien que tiene apenas ocho años, ocho años siquiera, no llegaba a cinco siquiera, pero ahí vienen haciendo carrera; el sol de Setiembre calienta el aire que esta sobre el pavimento, esta densidad hace que la luz se refracte sobre la densidad del aire provocando el efecto que hace ver a los objetos como si se estuvieran evaporando o estuviera el camino mojado; corre y no le interesa, corre y no escucha, el sonido del freno se proyecta sobre las llantas y las ha calentado por la fricción provocando un grito, haciendo que las personas dejen de hacer, los que se iban en sentido contrario regresen o retrocedan la mirada, el grito de las llantas se escucha como eco dentro de una cueva y el grito de una mujer que ha retrocedido porque ahí venia otro. Todo en un instante. Él no maneja un bólido, es un Chevy Chevelle del 70, de cuatro puertas algo corroído por el oxido, desaliñado como si de un traje se tratase, las luces del freno que de vez en cuando no encendían y un letrero que rezaba groseramente “si manejo mal que me llame tu hermana”; ese espejismo que parecía a lo lejos evaporar la pista lo obnubiló pero desapareció luego de ver a una mujer correr imprudentemente, haciéndolo frenar y girar el timón a la izquierda, otro grito parecido pero mas estrujado como si el de un animal fuera, un estrepito y de lleno se empotró con la puerta derecha del auto que ya se había detenido, quedándose de perfil en medio de la pista, sujetando el timón con ambas manos; silencio, silencio sepulcral, silencio de baptisterio, silencio como del fondo de un osario, nadie herido aún, las personas conspiraban con sus gritos la tranquilidad promoviendo la desesperación; otro con la misma velocidad del segundo pero con dos personas dentro: un hombre acompañado con una mujer, no podemos asumir nada pero ella le tocaba la pierna mientras el manejaba, desorbitándole los sentidos la mujer arremetía con más feromona, el auto era todo un vertedero de energía toxica, al tipo solo le bastó dar una guiño a su acompañante para no frenar impulsivamente ante los desenlaces del desastre, que se daban cerca al cruce de cebras; él seguía con las manos sobre el timón pronunciando algo entre labios, ¿un verso?, ¿un poema?, ¿un nombre?, ¿Victoria?, quizás, pero el otro auto no sólo se hundió si no que lo empujó a una distancia considerable; el lado parietal de su cabeza rebotó en la luna, regando fragmentos como si de diamantes se tratase, un seguro hematoma con daños severos que pronostican posteriores traumas en las capacidades lógicas, algo que se rompe se incrusta en su pierna, el pie se atasca y la tibia no soporta tanta fuerza de palanca que se rompe, se han alterado sus funciones de irrigación sanguínea, se queda estático soportando un impertinente desmayo, balbucea, algo decía entre labios, imperceptible al oído humano, quizás algún desvarío. Benjamín llega a la berma central, su mamá lo coge de los brazos, llora, lo abraza fuerte, se arrepiente de algo, él también llora y abraza fuerte a su mamá; las personas atestan la calle, huele a gasolina, algunos se acercan, se siente el miedo por las sorpresas que pueden dar el mirar mejor, las pitadas de la policía se hacen más frecuente y el sonido de la ambulancia abriéndose paso por la avenida que se amotina contra la urgencia y las personas que se conglomeran cada vez más; escenas salidas de una película de acción, de poco presupuesto y con actores improvisados. Luz verde.

“Esta mañana una vez mas la imprudencia de las personas ha generado una tragedia; una madre de familia, que cruzó imprudentemente la pista, provocó un doble choque dejando como saldo un muerto, según los testigos uno de los autos frenó quedándose de costado y recibiendo el impacto de otro auto que venia con mayor velocidad arrastrándolo algunos metros, destrozando por completo el lugar donde se encontraba el conductor, el conductor de este auto modelo Chevy falleció instantáneamente, aun se desconoce la identidad de esta persona. Ahora vemos como los bomberos ayudados por gatas hidráulicas y cortadoras mecánicas empiezan a romper los fierros retorcidos de este auto que ha quedado totalmente destrozado…”, apagó el televisor, más malas noticias para gente que espera buenas noticias, siente un escalofrío y se soba las piernas, la temperatura ha bajado, se para del mueble y coge un abrigo de él, mira allá donde no se ve nada o lo que aparenta ser mirar un punto fijo a través de la ventana, ella está extrañando que Gardel vuelva temprano.

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