En el medio de la noche Jean Paul caminaba por la avenida atestada de sociedad. Los audífonos que silenciosamente emitían un sonido distanciaban, cuando te cruzabas con el, en que estaría pensando.
Volátil y parece que algunos se mueven o se guían por esta música; los chiquillos siempre se mueven según el “dance, dance, dance, dance, dance to the radio” que decía el post punk de Joy División en la transmisión externo, medio e interno.
Se cruza con unas chiquillas que dejaron de ver el escaparate de hombres y mujeres de altura no promedio, de tez rosada limpia, cuerpos delgados finos y en su punto, a pesar de ser de plástico cobran vida en quienes fijos se quedan mirando. “Presentí que una de ellas nos miraba pero no es cierto porque nosotros miramos de frente, otras veces la arrastramos desde nuestros pies, hasta lograr con otros ojos”.
“Nos ponemos la capucha, siempre nos ponemos la capucha del abrigo. En un momento indeterminado nos llamaran, tendremos que mirar, reírnos y saludar. Comprometernos. La capucha tapa los lados de nuestra cara y nuestra visión solo es un rectángulo con uno de sus lados menores terminando en el suelo y el otro hasta donde levantemos la cabeza”.
“Siempre nos miramos: la cara, la cabeza, los brazos y no olvidemos las manos”.
A donde ira Jean Paul?, girar o voltear en cualquier esquina; alguien repite su nombre en estos momentos y no quiere darse cuenta, el volumen esta muy bajo por que aún se escucha los mínimos decibeles de un tono de voz grave, pero es el respeto el que le hace volver la mirada, entonces se ríe y saluda, pero sigue avanzado. No se detiene y no lo piensa hacer.
Esa mujer con la que se va a cruzar parece escuchar el “dance, dance, dance, dance, dance to the radio” también, está adquiriendo más información en la transmisión externo, medio e interno.
“Entonces, sí que miramos”
Emite otra onda sonora a sus oídos, se detiene y sube el volumen escandalosamente. Le está mirando ese niño que en hombros el padre lo lleva, salen de todos lados Jean Paul, a tu encuentro y te miran detenido, esto no es normal, a la gente normal no le gusta detenerse. Se escuchan cláxones, los gritos de vendedores, las luces de los avisos, las bolsas de compra y más risas de satisfacción.
¡Se ira de aquí, Jean Paul, se ira al paradero!, subirá al carro y se sentará en un lugar incomodo, va a respirar el smoke hondo y difuso, arrojará papeles por la ventana, tendrá una discusión con el cobrador por su mala matemática y su insistencia. Llegará a casa y no será amable, va a clausurar la puerta de la habitación con seguro, encenderá la radio y la va a modular en algún buen sonido seguro, maquinará en tener vicios, sí, eso estaría bueno: cigarrillos, drogas, “no, creo que no, fumar no, nos haría daño y fumar es dañino para nuestra salud, además no podemos fumar en publico, tenemos que cambiarlo por alcohol y por algún prostíbulo que acepte nuestro sueldo”, o quizás se suicide con el aburrimiento o se quedará mortalmente aburrido. Y en los periódicos, de esos que sirven para envolver el pescado bien despachado, publicaran su deceso confundiendo el amor, los estudios y el trabajo.
“Ojala podamos llegar temprano, pero las combis están llenas y ese grado de incomodidad no nos agrada, pero tenemos acostumbrarnos a eso que no podemos soportar”.
Camina un poco más. Cada paradero es distinto, todos tienen miedo y se les ve en la cara: las mujeres sujetan fuerte sus bolsos y algunos tipos que no tienen la espalda o el tórax andino están toqueteándose los bolsillos, conjuntamente con el resto, para no ser sorprendidos. Espera.
“No te preocupes, algún día llegaremos bien”.
Sí, tienes razón.