viernes, 2 de julio de 2010

DEL CREPUSCULO AL AMANECER (CRONICA )

1ER CAPITULO - La Salida

EL trabajo no debe de ser cansado. Estoy convencido que debe de ser esa actividad gratificante que me dignifica, que me hace sentir recompensado por lo que hice durante 8 horas laborales. Odio mi trabajo.

Llego a casa otra vez y es otra vez lunes, las lentejitas de la suerte delataron lo que queda del lunes y una nota de mamá, para esta media noche, que no es media noche a falta de solo 10 minutos; "Ahí esta tu cena, come todo y no te quedes hasta tarde, mañana tienes clases": mamá si supieras que ya comí en la calle, no me gustan las lentejas y tengo cosas que hacer que me harán llegar a clases tarde. Todos duermen y la oscuridad de las otras habitaciones adorna la luz de esta cocina. Suenan las piedras rodantes y me dicen "Hey tu, bájate de mi nube", con estos ringtones dan ganas de no contestar. "Voy a tu casa dentro de media hora" me dice. Voy a mi habitación y me tengo que alistar, me siento en medio de la cama y miro el reloj que como otras noches me señala con sus manitas lánguidas en la misma posición y en la misma dirección. Algún día se me ocurrirá cambiarle la pila. Me quito todo lo que me incomoda y lo que no me servirá para la nocturnidad. Me desvisto y me visto con lo más cómodo: unas zapatillas no condicionadas para brincos o trotes, un buzo de color negro, una sudadera y una chompa con capucha. Doy un salto mortal o lo que me provoque la modorra que experimento, que sobre mis escleróticas empieza a adormecer. Me parece escuchar una voz y creo que son las sábanas de esta selva, que entre cuatro paredes se un yergue como un tigre de véngala que yace sobre mi lecho. Es esa canción otra vez sobre mi cabeza. Dejo de mirar y cierro suavemente para no despertar a nadie.

Suena el timbre de la puerta, cojo las llaves, unas monedas y una botella con agua. Nos damos el clásico apretón de manos; la sola mirada cómplice de amigos indica que es la hora. "He empezado a salir todas las noches" me dijo la semana pasada, "Unas 20 vueltas alrededor y me quito".

Hoy seremos dos noctámbulos anónimos cubiertos del negro crespón, y estas luces amarillas, que parecen perder luminosidad, serán el sendero que nos llevaran a la plaza mayor que queda frente a la municipalidad de Comas, centro de acopio de deportistas empíricos y tercos convencidos, que buscan recorrer en un maratónico, el cuadrado desnivelado con dos de sus lados paralelos rectos y los otros lados convertidos en subida y bajada en la ruta de darle la vuelta. lo que en el día no se logra con los pregones y fritangueras, motos torito y lanchas modelos Chevy de 4 puertas, se logrará en este cuarto menguante.

2DO CAPITULO - La Llegada

A dos cuadras de distancia se puede sentir el sonido de la tierra, provenientes de una maquina que por sus parlantes, le pone color a estas insípidas horas. Danza que hace remolinos con el cuerpo y va hacia él, cuerpos que adornan con sus brazadas el aire, para que expandan sus aromas de capulí. Tienen el cabello largo como me gustan, unas ropas muy bien pegadas, que si no fuera por la luz y por que no traigo lentes, juraría que es su propia piel. Se detienen. Sopla el frio y abre un forado en la ropa, pero a eso nadie le importa. Ahora son ellas en el medio de la plaza conversando y secando el sudor adolecente, sujetando los cabellos que se fugaron de su encierro, hacen bromas y hacen risitas, provocando cosquillas finas en los jóvenes rapaces. La plaza es toda suya y hemos llegado en un buen momento, para ver repetir el ensayo. Es un huayno Cajamarquino y creo que a nadie parece interesarle, esta mal grabado y a nadie parece molestarle, son solo 3 instrumentos que se repiten y nadie parece notarlo.

Se picotean los hombros, señalan con la cabeza, se acomodan la entrepierna y dicen “viste”. Se cruzan de brazos, se hacen los metódicos, los críticos, los observadores y solo por instantes hacen mutis por la felicidad, de ver tanta cadera redonda dar giros sobre sus hormonas.

El profesor que las dirige, no tuvo mejor idea que hacerlo en estas horas, en que los noctámbulos, futbolistas, maratonistas, pandilleros, adictos psicotrópicos, almas en pena y perros abandonados de por vida, que se empiezan a conglomerar, a converger, a conspirar con la tranquilidad de la noche, repartidos por la plaza con sus herramientas.

Sonó un crack y se acabo el cassette y con él, el fin para los antropofágicos oculares. Se juntan, forman un círculo y ya no interesa porque sus madres las rodean haciendo una cofradía; se acabó, se logra escuchar las indicaciones del profesor y no interesa. Se ponen de pie se sacuden las plumas, se agitan, se estiran, la pelota de futbol cae y se infla en sus mentes y la tocan, con el empeine, con el taco, la pisan y ahora la aman, la adoran.

Terminan de irse y ahora si, saltan todos como grillos, estiran las piernas, se atan bien las zapatillas, y se forman los equipos haciendo un triangular, “gol sale” dice el capitán de uno de los equipos y todos asienten en coro. Los arcos ya están armados: es el espacio entre una banca de madera con base de acero y una escalera que es entrada y salida a esta plaza, que tienen aproximadamente metro y medio de distancia.

Piedra, papel o tijera, y parece volar, que de un soberano patadón le dieron por las ancas; no hay arbitro, pero no se vale el machete y se pude utilizar en caso de cualquier intento de tala indiscriminada, no hay limite; “oe desde aquí ya salió” dice el capitán del otro equipo, señalando un línea casi invisible, casi imaginario, pero que todos saben en donde está.

Seguimos sentados y decidimos quedarnos un rato mas así.

En una de las bancas que queda frente a la entrada principal de la municipalidad se conglomeraron los “pandis”, así les dicen ahora. Son cinco “pandis” y una botella de plástico no retornable. Bebida de procedencia dudosa, de contenido macabro o quizás la mezcla que provoca tener algo de sencillo. “Kerosene con azúcar” se escucha y todos ríen a mandíbula batiente, “una chata y su gaseosol” se escucha a otro decir con la voz mas grave como imitando a alguien. Me pregunto de que conversaran, trato de afinar mi oído, me concentro y llegue a escuchar una mentada de madre, otra lisura mas, muchos golpes y patadas voladoras todos onomatopéyicos.

La noche había avanzado lo suficiente y el cuarto menguante ya había desaparecido, ya son las tres y treinta de la mañana y todo sereno.

Había oído hablar de el, pero no sabia como era. “Roba plantas y las vende para comprarse un bate”, “siempre pasa a estas horas” me responden, “para medio cochino y apesta a esa huevada nomas”. Ya recuerdo. Me había cruzado con el antes. Es un tipo que tiene el cabello castaño claro y ensortijado, estatura promedio, es delgado, ojos claros y ropa sencilla; ese día que me lo cruce, no olía a nada extraño o del que le pudiera envidiar. Lo recuerdo tan bien, porque no a todas las personas les puede provocar una enorme felicidad cargar una planta en una bolsa negra, ahora entiendo por qué. Lucrar con la Pacha Mama para luego fumársela entera y sin pepas.

“El arborícola”, así lo llaman y vive de las plantas, ese es su trabajo; rumores así llegaron a mi algunos meses atrás cuando, inefablemente ciertas desapariciones dejaban inciertos a los vecinos. Parecían arrancados de cuajo y escarbados con mano impía, rastros de tierra húmeda por las veredas; sin pesquisas y sin jueces, ya se sabía quien era el culpable; había atacado de nuevo y en la madrugada, siempre de madrugada. Sin parentesco alguno con “El ladrón de orquídeas” de Spike Jonze, porque “el arborícola” no busca preservarlas, el las ama, las cuida, las protege y luego las vende o hace un trueque justo, para satisfacer el vicio, que se ha comido por completo a este hombre que profesa la botánica delictiva. Se detiene en la esquina de la plaza, se ve como sacude sus manos y luego como coge su chompa para limpiarse el sudor, hecha una mirada por sobre el hombro, recoge la planta y sigue el camino hacia arriba, siempre arriba, hasta el comprador que lo espera.

“Se le puede hacer pedidos y te las consigue, mi pata le pidió una plata de papaya para su vieja y se la trajo” se ríe y culmina, “de donde mierda la habrá sacado”.

3ER CAPITULO – La Huida

Mi amigo participo de uno que otro partido. Hubo machetes, huachas, pernos y tarugos. Somos la banca de suplentes de estos equipos; venia el capitán y preguntaba al azar “tienes para tu apuesta” y se iban discriminando uno a uno a si mismos; no entiendo, no es la primera vez que juegan de madrugada y es un hecho de que están enterados, de que se juega con apuesta y “cazada” o es que les gusta la exclusión social ?.

Me jodía de frio y no literalmente, sino, realmente me jodía de frio, así que decidí irme de vueltas para calentarme. El estiramiento me provoca dolores por el muslo y en la parte opuesta de la rodilla, doy un par de brincos, busco un inicio y empiezo lento. Ya en mi segunda vuelta logro ver a una corredora, tiene el cabello largo como me gusta, es delgada como me gusta, así que decidí aumentar mi velocidad y proponerme un objetivo: preguntarle el nombre. Estoy corriendo a su altura y le pregunto sin perder el camino de vista: el camino de subida, “¿siempre corres a esta hora?”, no me responde, así que decidí hacerle otra pregunta luego de unos minutos, sin perder de vista el camino por los baches de la vereda “¿vives por acá?”, no me respondió, decidí cambiar de velocidad y dejar que me lleve la delantera, la chica se detiene como a dos metros de mi, voltea y me dice “me estabas llamando”, “no”, le dije, se puso los audífonos y siguió corriendo.

Ya había más gente corriendo, la mañana ya estaba sobre nosotros. Fui a buscar a mi amigo, ganó cuatro soles porque se jugó dos partidos. “Vámonos, tengo clases dentro de una hora mas o menos” le dije. En el camino pasamos por el mercado, que ya empezaba a alterarse muy temprano con los camiones repletos de sacos de papas, cebollas y zapallos enormes; un señor con una libretita en la mano tomando apuntes de lo que salía, los cargadores esperando su turno para someter a sus espaldas y gritando “!permiso!, ¡permiso!”.

No hablamos mucho por el camino, tenia sueño y estaba cansado. Conversamos tajantemente, acordando para otro día correr de verdad, asentí con la cabeza porque no estaba del todo convencido de que lo volvería a hacer. El cielo ya termino de levantarse, no hay sol como otras mañanas que se le ocurre aparecer, hoy si podre ir abrigado como corresponde, ahora le voy a dar dos horas de sueño a mis ojos. La actividad deportista es el alimento de una vida sana, no creo que sea cierto.